La Bruja, el Niño y la Poción de la Juventud

Fantasy 7 to 13 years old 2000 to 5000 words Spanish

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En un bosque antiguo y lleno de secretos, vivía una bruja llamada Agata. Agata no era una bruja malvada, pero sí era muy, muy vieja. Deseaba, con todo su corazón de pollo, volver a tener veinte años.
Para lograr su deseo, Agata estaba preparando una poción de juventud. Rebuscó en su viejo libro de conjuros, sus páginas amarillentas llenas de ingredientes extraños y maravillosos. Tenía escamas de dragón, pétalos de flor de luna y polvo de estrella.
"¡Oh, no!", exclamó Agata, con una voz tan cascada como las hojas secas. "¡Me falta el último ingrediente! ¡Sal de la Montaña Susurrante!"
Si la poción se preparaba sin la sal, sería demasiado poderosa. En lugar de rejuvenecerla a la edad deseada, la transformaría en un bebé recién nacido. Agata frunció el ceño. Eso no era parte del plan.
Agata guardó su libro de conjuros y, a pesar de su edad, salió de su cabaña con un paso sorprendentemente ágil. Debía encontrar la sal antes del anochecer.
Mientras tanto, no muy lejos de la cabaña de Agata, un pequeño niño llamado Tomás huía del orfanato. Tomás tenía apenas ocho años, el cabello despeinado y los ojos llenos de tristeza. Estaba cansado de las reglas y de la comida insípida. Soñaba con una aventura, con un hogar… y con un gran pastel de fresas.
Caminando sin rumbo fijo, Tomás tropezó con la cabaña de Agata. La puerta estaba entreabierta y un aroma dulce y especiado flotaba en el aire. Tomás sintió un vacío en su estómago. Hacía mucho tiempo que no comía algo bueno.
Con cautela, empujó la puerta y entró. La cabaña estaba llena de objetos extraños: frascos llenos de líquidos brillantes, hierbas secas colgando del techo y una gran marmita burbujeante sobre el fuego. El aroma venía de allí.
En una mesa, cerca de la marmita, vio un líquido rosado, brillando con pequeñas burbujas doradas, que emanaba un aroma delicioso, frutal y ligeramente ácido, muy parecido al jugo de frambuesa que recordaba vagamente del orfanato, pero miles de veces más apetecible. Tomás, convencido de que era un tipo especial de jugo, encontró un vaso, sirvió una generosa porción de la poción y la bebió de un trago.
¡Era el jugo más delicioso que había probado en su vida!
Pero de repente, Tomás sintió una sensación extraña. Sus huesos le dolían, su ropa se hacía más grande y su visión se volvía borrosa. Antes de que pudiera entender lo que estaba sucediendo, se encontró sentado en el suelo, rodeado de ropa enorme y llorando como un bebé.
Justo en ese momento, Agata regresó a la cabaña, con una pequeña bolsa de sal en la mano. Al entrar, oyó el llanto de un bebé y vio a un pequeño ser envuelto en una camisa que le quedaba gigante.
"¿Pero qué…?", murmuró Agata, con los ojos muy abiertos.
Reconoció la poción. Había notado que la poción faltaba, pero al estar algo alta, la disminución había sido imperceptible al punto de parecer que su vista le estaba jugando trucos. Y allí, entre pañales improvisados hechos con tela, un bebé balbuceaba y trataba de meterse el pie en la boca.
Con un suspiro, Agata usó su magia para averiguar qué había pasado. Vio la imagen de Tomás huyendo del orfanato, bebiendo su poción y transformándose en un bebé. Luego revisó la mente del bebé y vio que era completamente infantil, un lienzo en blanco.
Agata podría haber usado su magia para devolver a Tomás a la normalidad, pero pensó que ya había vivido una vida llena de soledad y malos tratos en el orfanato. Podría volver a darle una oportunidad.
"Tal vez…", murmuró Agata, acariciando la suave mejilla del bebé. "Tal vez esto no sea tan malo".
Pero antes de llevar a Tomás a un nuevo hogar, Agata recordó algo importante. Necesitaba vello de recién nacido para otra poción, una poción para atraer la buena suerte. En el libro no se especficaba que funcionase solo con vello natural, sino con cualquier lanugo de bebé, aunque este fuese transformado.
Con cuidado, tomó unas tijeras y le cortó el pelo al bebé Tomás. No se atrevió a usar un hechizo, por temor a asustarlo. Lo dejó casi calvo, con apenas un rastro de pelusa suave en la cabeza. Guardó el pelo cortado en un frasco de cristal y lo etiquetó cuidadosamente: "Lanugo de la Fortuna".
Luego, Agata escribió una nota explicando que el bebé era huérfano y que necesitaba un hogar amoroso. Lo envolvió en una manta suave y lo dejó en la puerta de una casa donde vivía una pareja que soñaba con tener hijos pero no lo había logrado.
Agata suspiró aliviada, y con una sonrisa misteriosa dijo: "He hecho una buena acción hoy".
De vuelta en su cabaña, Agata añadió la sal de la Montaña Susurrante a su poción de juventud. Revolvió lentamente la mezcla, recitando un conjuro en un idioma antiguo y melodioso. La poción brilló con una luz dorada y llenó la cabaña con un aroma aún más embriagador.
Con una mezcla de anticipación y temor, Agata bebió la poción de un solo trago.
Al principio no sintió nada. Luego, una calidez reconfortante se extendió por su cuerpo. Sus arrugas se atenuaron, su cabello se oscureció y sus huesos dejaron de crujir. Agata se miró en un espejo empañado y sonrió.
¡Había vuelto a tener veinte años! O al menos, se sentía como si tuviera veinte años. Todavía necesitaba practicar algunos hechizos con su cuerpo rejuvenecido.
Y mientras Agata disfrutaba de su nueva juventud, en una casa no muy lejana, Tomás, ahora llamado Mateo por sus nuevos padres, dormía plácidamente, ajeno a la magia y la aventura que había experimentado. Soñaba con pasteles de fresa y con el cálido abrazo de una familia que lo amaría para siempre.
Y a lo lejos, en el bosque oscuro, escondida en las entrañas de las copas de los árboles y la moco pegajoso de la naturaleza, se preparaba un festín de 3 arañas, ¿para quién?. Sólo los cuentos lo saben.